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Nuestro momento predestinado [cap21]


Título: Nuestro momento predestinado
Fandom: Mentes Criminales          Pareja: Aaron Hotchner x Spencer Reid
Autor: KiraH69
Género: Yaoi, Slash
Clasificación: +18          Advertencias: lemon, violencia
Capítulos: 30 (21 de 30)
Resumen: El gobierno dice que Spencer Reid es el Alma Gemela de Aaron Hotchner, y Aaron siempre ha confiado en el sistema, pero ese chico flacucho con pinta de ayudante de profesor universitario y claros problemas de personalidad no puede ser su Alma Gemela. No le queda otro remedio que casarse con él, pero eso no significa que tenga que aceptarlo como su pareja.
Nota: Atención, esta es una historia dura que involucra a niños que han sido violados y torturados. Estos hechos no se describen en sí, pero sí se habla posteriormente de ellos y también se incluye la muerte de menores.

Capítulo 21


Morgan sacó un guante de látex de su bolsillo y cogió con él el teléfono móvil de un rincón junto a un cubo de basura.

—¿Qué demonios ha pasado?—preguntó Prentiss.

—García—Hotch llamó de nuevo a la analista y no dejó siquiera que respondiera—. Quiero las grabaciones de todas las cámaras de la zona desde que Reid y yo salimos de la comisaría hace unos minutos. Comprueba si alguien siguió a Reid después de que nos separáramos.

«Estoy en ello, señor».

—¿Crees que ha sido el Sudes?—preguntó Morgan.

—Estuvimos hablando un momento en la calle. Si estaba por aquí vigilando los avances de la policía pudo oírnos. Reid podría entrar dentro de su victimología—ya iba de camino a la comisaría, no tenían un solo segundo que perder.

Informaron a la policía de lo sucedido y de inmediato se pusieron a visionar vídeos que la analista les enviaba mientras algunos agentes se dirigían a las tiendas de la zona para pedirles las grabaciones de sus cámaras de seguridad. Sabían que el tiempo corría en su contra y era sorprendente la calma y profesionalidad con la que Hotch estaba actuando a pesar de tratarse de su propia Alma Gemela. Ni siquiera se plantearon pedirle que se hiciera a un lado, tampoco lo habría aceptado. Pasaron horas y horas sin descanso recorriendo los escenarios, repasando las pruebas, hablando con testigos. Haciendo su trabajo.



—Eres como esas mujeres. No os importa el daño que causéis, no podéis entender el dolor que sufrimos.

Por un momento, Spencer creyó que esa voz estaba en su cabeza, era un murmullo constante. Entonces abrió los ojos y la luz amarillenta le hizo parpadear varias veces, cerrando los ojos de nuevo e intentando abrirlos segundos después. Por algún motivo los párpados le resultaban muy pesados. Poco a poco su cerebro se puso en marcha. Se dio cuenta de que la voz no estaba en su cabeza, lo que resultó un gran alivio un instante y aterrador al siguiente. Se encontraba en lo que parecía un sótano, con paredes de hormigón desnudo, vigas de madera, estanterías de metal llenas de cajas y una cañería que desaparecía en el suelo y a la que estaba esposado por sus muñecas. Se miró a sí mismo y se vio desnudo salvo por los calzoncillos. Aunque no había habido violencia sexual, las víctimas se habían encontrado desnudas, pero el Sudes no estaba atraído hacia los hombres así que probablemente no querría ver esa parte.

Espera. ¿Es el Sudes? Parecía que alguna parte de su cerebro estaba trabajando más rápido que otra. Quizás lo que le había inyectado tenía algo que ver con eso. Giró la cabeza y vio un hombre de espaldas a él que murmuraba. Estaba frente a un banco de trabajo con unas jeringuillas preparadas a un lado y un martillo y otras herramientas pesadas al otro.

—No te importa en absoluto, ¿verdad? Te da igual cuánto sufra, te da igual cuánto daño le causes.

—Te equivocas—su voz sonó casi ajena en su boca seca.

—¡¿Cómo que me equivoco?!—el hombre estalló con un intenso grito y arrojó un martillo al otro lado del sótano, chocando contra una de las estanterías. Spencer se estremeció y se encogió sobre el frío suelo de hormigón—. ¡No me importa qué maldita excusa pongas! ¡Has abandonado a ese hombre!

—No es así, fue él quien me abandonó—se apresuró en decir antes de que el hombre pudiera llegar a él con otro martillo en la mano.

—¿Qué quieres decir?—preguntó confuso, con el martillo casi preparado para golpear.

Spencer no quería contarle esto a ese hombre, no quería contarle su mayor desgracia precisamente a él cuando no se la había contado a nadie antes, pero sabía que si no lo hacía moriría. Le encontrarían encadenado a un árbol y con las piernas rotas. No quería eso. Quizás no le habría importado en algún otro momento de los últimos años, pero ahora tenía muchas cosas por las que vivir. Estaba el CRI y la enorme cantidad de trabajo que aún tenían por hacer. Y estaba Aaron. Aún tenía la esperanza de que eso pudiera funcionar algún día.

Estaba tan aterrado.

—Cuando nos casamos me abandonó. Minutos después. Él creía que no éramos Almas Gemelas y se marchó tan rápido como pudo con un «nos veremos» sin tan siquiera intercambiar números de teléfono—el hombre bajó el martillo, mirándole pasmado. Esa sería probablemente la misma mirada que recibiría de cualquiera—. Nos encontramos hace poco, cuatro años después, y entonces él se dio cuenta de que somos Almas Gemelas, pero... yo no sé qué hacer, no sé si puedo perdonarle. ¿Tú podrías?

—¿Yo?—la pregunta le había pillado por sorpresa. Dejó el martillo en la mesa y se sentó en una banqueta, mirándole algo perdido—. ¿Por qué me preguntas a mí?

—A ti te abandonaron. Lo que les haces a esas mujeres, las castigas por querer abandonar a sus Almas Gemelas porque a ti también te abandonó. Tú conoces el dolor que yo siento. ¿Serías capaz de perdonarla si regresara y te pidiera perdón?

El hombre miró al vacío con el ceño fruncido, el pelo negro hecho una maraña sucia, ropa vieja, rasgada. Era joven, no más de cuarenta, pero su desaliñado aspecto y la descuidada barba le hacían parecer aún mayor. No sabía cuidar apropiadamente de sí mismo, lo más probable era que su mujer siempre lo hubiera hecho por él.

—No lo sé... no lo sé...—murmuró, retorciendo nervioso sus manos callosas.

—Yo tampoco lo sé—dijo sinceramente.

—Tú lo conoces, el dolor que yo siento, tú sientes lo mismo. Somos iguales.

—Sí, así es. Ambos fuimos abandonados por quien se suponía amarnos para siempre—sentía náuseas. No podía ser igual que ese monstruo, no podía siquiera sentir lo mismo. Pero tenía que esforzarse y ganarse su simpatía, tenía que sobrevivir hasta que Aaron fuera a buscarlo. Porque sabía que iría a buscarlo.

—Duele tanto...

—Sí, duele. Al principio es devastador, con el tiempo el dolor se entumece, pero nunca desaparece—aún lo sentía, no tan entumecido como querría.

—Pero hay formas...—se levantó de pronto y Spencer se sacudió asustado, pero el hombre ni le prestó atención. Se acercó a la mesa y comenzó a manipular las jeringuillas junto a unos pequeños frascos de cristal—. Hay formas para que no duela tanto, hay formas para calmar el dolor por un rato.

Se dio la vuelta y se acercó a Spencer con una jeringuilla en la mano. Spencer sintió que su corazón se detenía en su pecho.

—N-no, no, no, no, p-por favor, no quiero esto, no me hace falta, de verdad, por favor—suplicó desesperado. Cualquier cosa menos eso. Sus piernas, podía vivir con ellas rotas, pero no eso. Prefería el martillo a eso.

—Pero te hará sentir mejor, te olvidarás de ese dolor por un rato.

Spencer intentó forcejear, la piel de sus muñecas se desgarró con las esposas, pero el hombre le sujetó el brazo contra el suelo con su rodilla y todo el peso de su cuerpo. Vio las antiguas marcas de pinchazos y sonrió.

—Ya lo conocías, ¿eh?—le dijo, insertando la aguja entre aquellas marcas.

Spencer se quedó inmóvil, sollozando, viendo su mayor miedo cumplido al sentir los primeros efectos casi instantáneos de la droga. Sí, lo conocía, demasiado bien y lo había echado tanto de menos. Y el dolor se entumeció.



—Si tenéis que disparar no dudéis en hacerlo. La vida de la víctima es la prioridad—ordenó Hotch.

A través de las grabaciones, le habían visto empujar a Spencer a la callejuela, le habían visto salir cargando con él como si fuera un borracho por el otro extremo y le habían visto subirlo a su furgoneta azul. Desde ahí, le habían seguido a través de las cámaras de tráfico y le habían identificado gracias a la matrícula: Michael Scott, 38 años, desempleado. Ahora estaban frente a la casa que su esposa había heredado de sus padres. De la mujer no se sabía nada desde hacía meses.

El equipo se preparó. Con las armas en ristre entraron en la casa por ambas entradas. Inspeccionaron la primera planta en silencio y mientras un grupo subía al primer piso, el otro bajó al sótano. Cuando vieron la luz, anunciaron su presencia.

—¡FBI! ¡No se mueva!

La única respuesta fue un suave lamento. Entonces vieron el cuerpo de Michael Scott en el suelo, inmóvil, con una aguja clavada en el brazo. En una esquina había otra figura, encogida y temblando, casi desnuda. Hotch guardó su arma y corrió hacia Spencer. Se arrodilló a su lado y lo tomó en sus brazos con cuidado.

—Spencer, ¿me oyes? Estoy aquí, estás a salvo. Spencer.

—¿Aaron?—le llevó un momento enfocar la vista, pero esa era su voz, la voz que tanto amaba—. Oh, dios, Aaron, lo siento, lo siento mucho. No quería, pero me forzó—negó una y otra vez con la cabeza mientras se aferraba a su chaleco antibalas—. No quería, no quería y casi había olvidado lo bien que se siente no sentir dolor. Es tan bueno...

—Spencer... Vas a estar bien, te lo prometo—quería llorar, quería gritar porque la imagen de Spencer en ese momento lo estaba matando. Dos puntos rojos en el interior de su codo, su cuerpo temblando y sus pupilas dilatadas sin reaccionar a la luz, apenas consciente de lo que sucedía. Cayendo en aquello que ambos habían luchado juntos por evitar.

—Le he matado. Creo que le he matado. O aluciné que le mataba. Aluciné que le mataba y luego le maté. ¿O fue al revés? Tú no eres una alucinación, ¿verdad? Porque eso sería muy cruel. Aunque si tengo que alucinar prefiero que sea contigo.

Hotch levantó la cabeza y miró a sus pasmados compañeros con lágrimas en los ojos, pero con su dura expresión de siempre.

—¿A qué esperáis para avisar a la ambulancia?—les preguntó con una voz tan profunda y llena de ira que les hizo estremecer.

Segundos después, los paramédicos se llevaban a Spencer en una camilla. Hotch fue tras ellos, subiendo también a la ambulancia sin importarle el muerto que dejaban allí. Solo lamentaba no haber tenido la oportunidad de disparar esta vez.



Aaron... Aaron...

—Aaron...

—Shhh. Está bien, vas a estar bien, voy a cuidarte, lo prometo—le repetía una y otra vez acariciando sus cabellos y sosteniendo su mano mientras el joven se retorcía en la cama del hospital. Las luces de la habitación apagadas, solo la tenue luz que entraba por las rendijas de las persianas.

—Duele... Por favor, solo dame un poco... Duele...—suplicaba como hacía cada vez que estaba despierto.

—Tranquilo, aguanta, mi amor. Vas a ponerte bien.


Cuando su cuerpo temblaba se tumbaba en la cama con él y le abrazaba. Spencer se aferraba a él como si fuera cuestión de vida o muerte. A veces decía incoherencias, a veces solo suplicaba, a veces decía cosas que le herían en lo más profundo, pero Aaron no tenía en cuenta nada de eso, solo permanecía allí a su lado mientras los efectos de la droga se desvanecían y solo quedaba la dolorosa necesidad de más. No podía hacer otra cosa. No había sido capaz de protegerle, no había estado allí para él cuando le necesitaba.

1 comentario:

  1. Estoy en shock 😭😭😭😭😭😢😢😢😢😢💔💔💔💔💔😲😲😲😲😲😲😲😲😵😵😵😵😵😵😦😦😦😦😧😧😧😥😥😥😥
    Listo, creo que ya lo dije todo jajajaj
    Sólo espero que esto sea para bien, aunque esta todo mal por ahora, por favor Aaron no te vayas y consuela a mi bebé
    Animo Spencer

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